viernes, 25 de enero de 2013

¿Existe una economía aristocrática?

Antonio de Pereda, c. 1650: El sueño del caballero.
Real Academia de Bellas Artes de san Fernando, Madrid

Se trata de una pregunta ciertamente difícil de responder. ¿Qué entendemos por la práctica de una economía aristocrática? En el pasado, las cosas podían parecer, tal vez, mucho más sencillas: en el mundo antiguo, cuya economía era rural en muy buena parte, la riqueza se asociaba a la posesión de tierras (para acceder a los escalones superiores de la sociedad, en la Roma clásica era necesario poseer bienes inmuebles y tierras en el Lacio por valor de 500.000 o de 1.000.000 de sestertii para acceder a la nómina de las clases privilegiadas), lo que a su vez conllevaba la posesión de animales de labor y trabajadores para cultivarlas. Eso no quiere decir que esta aristocracia romana (entendida in extenso, es decir, en todo el mundo romano), no interviniera activamente en prácticas comerciales que contribuyeron sensiblemente a asentarla como una élite social indiscutible, incluyendo entre ellas el flete de buques, el préstamo o el crédito usurarios: son famosas la tacañería de Bruto, o las habilidades financieras de Cicerón o Séneca. Este modelo económico se vería alterado en un mundo medieval volcado -en cuanto a la producción de la riqueza- en el más estrecho ámbito del feudo, y en donde la hacienda estaba en buena parte determinada por la producción que generaba un cuasi autosuficiente señorío. Más tarde, con la revolución urbana que se desatará en la Plena y Baja Edad Media, la nobleza recordará la práctica del comercio, haciendo que en algunos territorios sea difícil distinguir entre una aristocratizada y rica burguesía y una nobleza ya urbana que compite con aquella a la hora de practicar las habilidades que la dotarían de una cómoda seguridad económica: tan sólo miremos a Flandes o a Florencia.
Los nuevos confines del mundo que se intuyen en 1492 y que se delimitan en décadas siguientes hacen que esta aristocracia que ya ha probado y gustado del sabor del dinero participe a su vez en nuevos y arriesgados negocios: el comercio internacional y ultramarino será la pista de despegue para múltiples y nuevas aristocracias, que se irán consolidando en los siglos XVI, XVII y XVIII: los tratos americanos de la nobleza castellana y los negocios de buena parte de la alta aristocracia inglesa (que invertirá en productos de riesgo como el comercio con los nuevos espacios coloniales británicos, caso de los asentamientos comerciales en la India, exultantes de canela, pimienta y jengibre) serán buenos ejemplos que avalan este aserto. Y esta capacidad de reinvención, de renovación, este éxito evidente se consolidará con una Revolución Industrial que hará acceder al estamento a una burguesía industriosa y calvinista, devota del orden, la ganancia y el trabajo, que hará su fortuna con herramientas tales como el telar de lanzadera, el carbón o los ferrocarriles (un inciso: acerca de este período, ¿qué mejor paradigma que el linaje de los Rothschild? Un acceso a los archivos del banco Rothschild frères, aquí). Hoy, parece que la banca y el mercado financiero son los nuevos motores de esta economía aristocrática -y por ello mismo reservada a unos pocos; con lo que se hace más patente todavía  el concepto de aristoi.

El barón James Mayer de Rothschild
(1792-1868)

Pero, ¿podemos simplificar, tal y como yo lo he hecho en líneas anteriores, compartimentando tan claramente estos estadios económicos de la aristocracia? En realidad, yo creo que no. En un momento en el que en Castilla era primordial, para afirmar el carácter nobiliario de un linaje, que este no estuviera manchado por el ejercicio del comercio, yo he visto a un noble intervenir activamente en las reuniones de los mercaderes, uno más entre ellos, y negociar a cara de perro sus ganancias con sus corresponsales al otro lado del océano. También he visto como una familia flamenca, asentada por los mismos años en el sur de España, procuraba demostrar para obtener un honor más que deseado que las evidentes ganancias que obtenían en el comercio de la lana procedían de las rentas que les proporcionaban sus mayorazgos. Dos generaciones antes, sin embargo, un miembro de un linaje similar y coetáneo vendía cuentas y abalorios por las calles (su nieto sería el primer poseedor de un título nobiliario, sólo cincuenta años después). Y en el caso de otra alcuña aristocrática, su dinero se había conseguido gracias a los abundantes réditos que proporcionaba el tráfico de esclavos.
¿Existe, por tanto, una economía aristocrática? ¿Cómo puede el aristócrata conseguir los necesarios ingresos que le permitan mantener su posición? ¿Hay fuentes de ingresos vedadas para los miembros del estamento, al no ser dignas o morales? Hago mías las palabras de don Bernabé Moreno de Vargas, que escribía en el primer cuarto del siglo XVII sus Discursos de la Nobleza de España: "la nobleza sin hacienda es cosa muerta". Así de claro, así de concreto. Por ello, para mantener dicha condición es necesaria tal hacienda. Y por ello también, no pocas veces se miraría hacia otro lado a la hora de valorar de dónde había venido la riqueza. Pero seguiremos hablando de esto en un futuro; lo dejamos aquí por hoy. Y no me olvido: en breve plazo hablaremos de esos virreyes sicilianos que tenemos pendientes.

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